sábado, diciembre 16, 2006

A media tarde

me gusta sentarme en las bancas de los parques, contemplar a la gente que pasa y que siempre pasa de prisa, sin tiempo para mirarse, sentirse o pensar. Es raro notar cómo en cada persona encuentro tu cara y se me hace fácil entender el porqué vas con prisa: no olvidas mis besos y le huyes descaradamente a mi mirada perdida.

Es triste pensar que hoy no tengo tiempo para tí, ni para nadie; que mientras escribo estoy accediendo a las miradas de los que no comprenden nada. Definitivamente tendría que empezar a odiarte y a regalarte en cada esquina para poder sanarme, tendría que sacudirme de mis costumbres y mis lugares para al final morirme en otro ser -que casualmente se parecerá mucho a tí-.

Inútilmente me repito que ya te olvidé y ayer me sorprendí marcando tu número en un teléfono de fantasía; aunque algo cambió ayer, tuve un sueño. Eramos los dos, amándonos, dejándonos; cuando en un instante ya no existía para tí, lloré, sufrí y al final me suicidé. No lo quise soportar, no otra vez.
Desperté agoviado, triste y cansado... cansado de tí debe ser; esta ausencia me cambió.

Ahora sé que tú no eres tú y yo no seré el mismo sin tí; que cuando te dije que me moría de amor era cierto... Ahora sólo espero una emperatriz vudú para que me haga su muerto viviente.

Daniel.