miércoles, abril 20, 2005

Duermo

¡Viva la muerte! ¡Viva siempre la muerte! ¡Oh hermosa faceta de la vida que nos acompaña hoy y para siempre! Para unos transicion (o renacer), para otros el final. El caso es que existe y hay que aceptarla, y no refundirla en nuestras mentes, sino aprovecharla y tenerla siempre presente para que no les dé duro (solo para aquellos que creen que la muerte es dura), para que nos llegue de la forma mas hermosa... O mas bien para que nos termine de llegar, porque para mi ya estamos muertos. Este cuento va para ustedes, para que analicen y critiquen, ojalá les guste.

Duermo

Desperté. Desperté pero no quiero abrir los ojos ni moverme. Solo quiero quedarme aquí, esperando a que mi vida se consuma lentamente en un sueño infinito. Intento volver a dormir pero no puedo. Ya el sueño no me invade en absoluto a pesar de haber trabajado tres días seguidos sin descanso, cuidando una tienda de 24 horas en el turno de la mañana y, en la noche, como celador en un bar. Tuve que sacrificarme esos tres días sin parar para pagar una deuda que tenía con mi vecino, pues me había amenazado con embargarme o incluso matarme si no le pagaba. ¡Matarme! Que demente. Por fortuna pude pagarle anoche. Cuando le di el dinero, yo ya estaba en el quinto sueño y ahora no me acuerdo de nada. Creo que entré a mi casa como un muerto viviente y caí como roca en mi cama. Solo sé que no quiero levantarme y ver mi miserable vida de siempre. Quisiera dormir un poco más para soñarme en algún oasis del desierto disfrutando de una gran mansión y de tres o cuatro esclavas sirviéndome en todo. Pero no puedo. Es como si mi cuerpo se hubiera acostumbrado a estar despierto. Me conformo entonces con imaginarlo. No sé que hora es, pero siento que es de día y que la luz no ha invadido mi pequeño cuarto todavía, y tal parece que mis sentidos me engañan porque palpo el aire mas frío que de costumbre, como si mi habitación hubiera crecido desmesuradamente. De cualquier forma, no quiero verificarlo, pues creo que todo es simple producto de mi imaginación con el deseo del oasis quizás. Opto entonces por concentrarme en escuchar, y unos ciertos ecos invaden el lugar. Son como voces entrecortadas que rebotan en las cuatro paredes y luego se desvanecen. Supongo que son mis vecinos que siempre están peleando. Pero unos pasos llaman mi atención sin conseguirla. Se acercan a mí lentamente y se posan frente a mi cama. Puedo oler los ojos en movimiento de la persona, observándome detenidamente y tomando algunas medidas imaginariamente. Sin embargo mi curiosidad por saber quien es no supera mis ganas de quedare inmóvil y seguir meditando como lo hago. Oigo un pequeño roce de metal a mi lado y de repente siento que una hoja fina y fría arrastra mis células y las quebranta. No me duele y no siento la sangre brotar, solo imagino al ente hurgar entre mis órganos. Ahora si quiero abrir mis ojos y ver qué me hacen. Quiero defenderme, quiero preguntar que es lo qué me hacen. Pero no puedo. Estoy despierto, con los ojos cerrados y no tengo fuerzas para mover ni un músculo. Trato de zafarme de las cadenas imaginarias que me atan, pero siento que ni siquiera puedo halar. No se nota ni la fuerza. Después de un instante, el torturador me viste y musita unas palabras que piden otra cama para mí. Me pasan de una a la otra y siento que es mucho más dura, mucho más fría. Me meten en un carro y me llevan a un lugar donde se oyen sollozos, al parecer de mi madre y de mi hermana. ¡Quiero saber que pasa! ¿Por qué me lloran? Las voces se van alejando y una lluvia ensordecedora trata de ahogarme, pero una gran placa sobre mí la detiene, y me duermo.
Abro los ojos y me veo allí, por entre la tierra y la madera, tensionado en la oscuridad. Y voy subiendo halado por la luz solar que no me enceguece, que solo me muestra el camino lleno de silencio, de soledad pero a la vez cálido y tranquilo. Ahora soy libre de mí.

Simón Pedro