domingo, abril 03, 2005

Eterno Cumpleaños

He aqui un pequeño cuento para aquellos que dejan pasar un dia especial sin decir lo que sienten o sin siquiera acordarse de la gente. Espero que sea de su agrado, y sea asi o no, dejen algunos comentarios tanto para mostrar su gusto como para criticar constructivamente y plasmar su desacuerdo. Exitos.

Eterno Cumpleaños

Rosa levantó la mirada y a duras penas enfocó en la oscuridad de la mañana. Su reloj verde marcaba las cinco y cuarto, pero las sombras acentuadas se asemejaban a las de media noche. Después de quedarse un rato mirando al techo, se paró y caminó en puntillas para no despertar a nadie, pues el piso era de madera. Se puso su levantadora, muerta de frío porque el aire era como hielo en aquella aurora. Entró al baño a enjuagarse la cara y bajó hasta la cocina para hacer un desayuno muy especial. Se esmeró preparando huevos fritos y un café con croissant y hasta se cortó picando un pedazo de queso, pero no le importó. Siguió concentrada sazonando su obra culinaria como si esperara a alguien muy importante y como si ese alguien fuera a degustar su último desayuno.
Pero en realidad no lo esperaba. Sólo preparaba todo para llevarle a su hijo, que dormía en el cuarto del tercer piso. Cuando todo estaba listo, Rosa subió con la bandeja bien decorada y con una gran sonrisa entró al cuarto de Miguel cantando Las Mañanitas. De repente cesó su canto al darse cuenta de que su hijo no estaba. Quizás se fue a trotar un rato, pensó. Lástima no haberle podido dar la sorpresa. Eran ya las ocho de la mañana y Rosa dejó de nuevo la bandeja en la cocina y se sentó un rato para esperarlo. Tres horas pasaron y nada había ocurrido, como si ella hubiera esperado miles de años. De imprevisto sonó el timbre y Rosa se levantó corriendo a atender, pero era sólo el hombre del correo que había llegado con puras facturas de cobro. Con un leve presentimiento, Rosa imaginó que su hijo estaba ofendido o algo por el estilo porque la noche de antes habían peleado, pero en un instante cambió de parecer y supuso que estaría celebrando con sus amigos y que vendría más tarde, así que se arregló rápidamente para ir al centro comercial cerca de su casa. Allí compró algunos pasabocas por si se les ocurría hacer una reunión y de paso obtuvo un pequeño detalle para Miguel. Casi olvida el pastel que tanto le gustaba, pero menos mal se acordó a tiempo.
Esperaba regresar a casa y encontrar a su hijo cerca de ella para darle el abrazo que tanto se merecía. Pero cuando llegó el lugar estaba tal y como lo había dejado, sólo que con un aire más desolado aún que antes, porque ya ni siquiera el viento se filtraba por las rendijas. Y esta vez una tristeza inmensa invadió la mente de la mujer, pensando que su hijo la había olvidado o que no quería estar con ella. Quería dejarse caer en un sofá y dormir hasta que algún ángel frío y huesudo la despertara pero, con un pequeño grano de esperanza, organizó todo lo que había comprado para que, cuando su hijo llegara, se regocijara al menos y se arrepintiera de un eventual odio pasajero. Rosa abrió el pastel y lo puso en todo el centro de la mesa.
Esperó horas y horas sentada en su modesta sala acogedora, mientras con sus ojos penetraba el cielo-raso e imaginaba tristemente lo que su hijo estaba pensando, lo que le humedecía los ojos y le hería lentamente el corazón.
El timbre le hizo volver en sí. Triste y dolida, estaría dispuesta a reprochar todo lo que quedaba del día. Estaba segura de que el de la puerta era Miguel. Se paró con dificultad y su cuerpo apenas despertaba de aquella inmovilidad agobiante e infinita. Sin embargo, con intenciones irónicas, prendió la velita del pastel y cuando abrió la puerta se sorprendió. Ni un alma se veía frente a su casa y mucho menos en la cuadra. Se dispuso a cerrar la puerta cuando notó que en el piso de la entrada yacía un sobre blanco con letras finas en el dorso, como escritas en tinta china minuciosamente, que formaban su nombre completo “Rosa Delluto”. Lo recogió sin prisa con un inminente aroma de misterio y cerro la puerta desconsolada y curiosa. Abrió el sobre con sumo cuidado, como si tuviera demasiada importancia y debiera conservarlo intacto. Dentro, había un pedazo de papel tan blanco como el sobre, doblado, y no se podía adivinar su contenido mirando a través del doblez con la luz.
Cuando Rosa desplegó la carta, de la soledad surgió un viento helado y veloz, que revoloteando por el hall de la casa apagó la velita de aniversario.
Simón Pedro